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Maniquí

Dos ojos y dos orejas, una boca y una nariz. Indistintamente, esas serían las características parciales para ilustrar una cara. Digo parciales porque no hacen de una cara una cara, e ilustrar porque, como un dibujo, es una representación. El rostro es otra cosa también pero vamos por partes. Puede ser que me falte un ojo, ¡qué va! Pero esa falta no hace de mi cara menos cara, ¿o acaso sí? Y el rostro aparece como otra capa, aparente, tanto dinámica como estática que remite a una identidad o a un estigma: la primera remite a aquella esencia de unicidad y maleabilidad (propio de mí, un mechón rojo onda punkie; el mechón rojo se va pero llega un piercing igualmente punkie). La segunda, el estigma, parece ser una identidad con connotación negativa (“es punkie, ¡puaj!”).

Pero ojo, tampoco hay algo así como una identidad marcada a fuego por tal o cual “artilugio dérmico” (el mechón colorado anclado al cuero cabelludo, el aro incrustado al lóbulo). Si la identidad fuera algo así como el monstruo de The Thing de John Carpenter, que al señalarla huiría a refugiarse a otra parte del cuerpo, ¿qué pasaría con el desensamblaje del cuerpo? Volvamos a montar las extremidades, limpias de marcas. Ahora, traigo el ejemplo al primer plano, fuera de paréntesis: ya ser punkie no tendría que ver con apariencias sino con otra cosa. ¿Cómo habla, con quién anda, qué escucha? Hay algo externo que empapa a une de identidad, que la rebosa. “Y acá, con cierta gente soy punkie”. Pero hay otros espacios, otras relaciones. “Allá, soy fiel católica”. Ensamblar, desensamblar. Sería el movimiento lógico y no implicaría ser necesariamente una católica punk.

Ya nos fuimos de la cara, del rostro y del maniquí que nos montamos, nos libramos de los artilugios dérmicos y no se hizo necesario hablar de ropajes. Encontramos contactos, relaciones, contagios, afecciones que nos hicieron una identidad. Pero recordemos que no sería una católica punk. ¿Qué tanto define mi vida ser católica y punkie? También soy obrera militante. Todo este tiempo estuve hablando de mí, haciendo una epistemología personal. Quiero llegar a decir que soy más que las etiquetas que reciba en un momento dado para decir que me va mejor ser multiplicidad, múltiples contactos y conexiones. Multiplicidad en tanto estaría definida por situaciones específicas pero que ninguna situación me subordina de manera absoluta a un determinado modo de ser.

–Perfecto –interrumpió el padre Jacobo–, pero estás confundiendo a los niños con tanto cambalache. Son chicos, ¿cómo les querés meter ideas tan raras en la cabeza?

Quise responder, romper con el silencio que invadió el aula hasta que una voz aguda intervino. –A veces me gusta jugar con los autitos de mi hermano. En mi casa me han retado porque encontraron mis muñecas en la basura con las tetas cortadas, ¿será que soy un nene? –comentó Mica, de nueve añitos, meciéndose en la silla peligrosamente cercana a la ventana del primer piso.

Les coordinadores de catequesis terminaron echándome al mejor estilo de excomunión como también le pasó a Baruch Spinoza. Decidí mandar al carajo la religión, dejé la carrera de medicina y me metí a estudiar filosofía pasando de las advertencias de amigues y estudiantes avanzades de que la facultad está plagada del opus dei (entre otras cosas, podría buscar algún cursito de ESI y ver si luego puedo impartirlo junto a alguna orga). Igual Mica supo entenderlo todo, y por mi parte sí me gusta pintarme y también vestir “masculinamente”, ¿será que no soy ni hombre ni mujer?


Jess Garrido



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