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maratonescritura3

El ropero

Aun desde el principio, cuando lo trajeron de casa de la abuela, no podía dejar de observarlo por la noche. Sentía que alguien me espiaba desde dentro, desde esa pequeña cerradura de la cual nunca tuve la llave. Su madera oscura lo volvía una mole negra y gigante que crujía durante la noche, convirtiéndolo en lo más aterrador que mi mente infantil podría haber creado. Era la puerta a otro mundo aterrador que esperaba a que cerrara mis ojos, para abrirse de a poco y dejar que eso que me miraba, entrara y salte sobre mi cama.

Intentaba trabarlo para que no pudiera abrirse solo, coloqué sillas y probé varios métodos hasta encontrar el correcto. Aun así, no dejaba de darme miedo, incluso de día podía volverse tan tenebroso, que mi pequeño yo salía despavorido al escuchar esos chirridos escalofriantes, que cortaban el aire dejándome sin aliento. El único lugar seguro era fuera de casa, y de noche cuando no tenía a donde escapar, cerraba muy fuerte los ojos y me escondía bajo las frazadas hasta quedarme dormido.

Reí al volver a casa de mis padres luego de tantos años y recordar aquellos momentos, en donde el miedo reinaba en mi cabeza y la imaginación volaba por toda la habitación. Pero ahora soy mayor, los bordes oscuros de su puerta maciza labrada a mano me parecen arte, y su altura, que antes parecía imponente, está a tan solo unos centímetros de mi cabeza, el espejo que reflejaba más su antigüedad que la realidad, hoy en día no es digno de ser llamado espejo. Un mueble horrible y aterrador, que ahora veo es una antigüedad de gran valor histórico y sentimental para mi familia.

Me acosté tranquilo recordando aún mi infancia entre las sábanas gastadas y me dispuse a dormir. Pero algo, una especie de recuerdo que había desterrado me erizó la espalda al escuchar aquel crujido por la noche. Intenté reír para calmarme, tan solo era un viejo ropero cuyas maderas crujían, pero ¿Cuántos muebles así conocí que hicieran ese tan tortuoso sonido? Levanté la vista levemente mientras mi cuerpo comenzaba a temblar. La puerta poco a poco comenzó a abrirse y tal como cuando era un niño, me escondí bajo las sabanas.

Mi respiración se entrecortó, y mi coraje me abandonó por completo cuando sentí pasos cerca de mi cama, mi frente sudaba frío y comenzaba a faltarme el aire. Luego, el tiempo se detuvo, la habitación volvió al silencio absoluto y el calor bajo el abrigo de mi cama comenzaba a ser insoportable, mi cabeza comenzó a despejarse y mi adultez se avergonzaba de mis actos. –Es solo un Ropero- pensé. Suspiré profundo para encontrar el valor, y reí relajando mis nervios proponiéndome salir de mi escondite. Pero los pasos, si, los pasos, volvieron a moverse aún más cerca de mi cama, y mis pulmones estallaron, en un grito desafinado y tosco que sentí me desgarraba la garganta cuando las sábanas volaron dejándome al descubierto.


B. Daniela Sánchez


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