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De visita

Llegaron a casa de la abuela y como era de esperarse nadie salió a recibirlos. Tomás, el hermano mayor, entró saltando por el largo pasillo hasta la pequeña puerta mientras Lucas entraba de la mano de su mamá.

La casa de la abuela no era muy divertida, no había amigos ni juguetes, apenas si había un viejo televisor. Aun así disfrutaban ir a verla, era una mujer agradable que se movía lento, compraba deliciosas galletas y los dejaba saltar en los sillones. Mamá charlaba con ella en el comedor durante un tiempo que parecía eterno, y tras muchos mates los niños comenzaban a aburrirse. Pero mamá había sido clara antes de salir de casa: “nos vamos, cuando nos tengamos que ir”.

El frío no era tampoco de mucha ayuda, Tomás siempre decía que la casa de la abuela era fría porque vivían los fantasmas, para un niño tan pequeño como Lucas eso solo empeoraba las cosas, y se pegaba a su hermano para mantenerse caliente y alejarlos.

–Es que la abuela no sabe prender el calefactor- le contó Tomi mientras miraban el viejo artefacto junto al sillón –El papá dijo que la abuela está tan vieja que le cuesta prenderlo y que no sabe, se le olvidó- Las palabras quedaron en la mente de Lucas por varios minutos mientras lo observaba. La abuela debía de sufrir mucho, teniendo que lidiar con el frío y los fantasmas todos los días, de seguro era por eso que se movía tan lento. Pensó en las veces que su mamá le decía que se abrigue para no enfermarse, y de hecho, la abuela se enfermaba seguido.

Pobre la abuela, todo por no saber prender el calefactor. Pero él sabía cómo se hacía, la había visto a mamá hacerlo ¡como ocho veces! Era tan simple como girar aquella perilla que tenía arriba, y él era lo suficientemente alto como para ayudarle a la abuela a que no pase frío. Quizá así, se volvería más rápida y alejaría para siempre a los fantasmas.

La abuela se acostó a dormir porque le dolía la cabeza, y Mamá llamó a Lucas para volver a casa, el niño salió sonriente del living de la casa. Se subió al auto observando el largo pasillo. La abuela pronto se dormiría, pero esta vez no pasaría frío, ya no le dolería la cabeza ni la asustarían los fantasmas, pues él había prendido el calefactor. Era un niño grande que sabía cómo funcionaban las cosas. El problema es que no sabía que también se necesitaba un encendedor.


B. Daniela Sánchez


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